La lotería de la muerte, historia de una exclusiva

Jugar a la lotería en cualquiera de sus ámbitos, cartón, billetes o hasta rifas siempre implica esperar o hasta rezar por la gran noticia de que saliste ganador de un jugoso premio que te permite soñar con salir de apuros o hasta de la pobreza, pero ¿te imaginas que esta vez tu boleto sea un pequeño papel arrugado que escogiste al azar y tu premio sea la palabra manuscrita “muerte”?

Aquella mañana del 27 de junio de 1996, me desperté muy temprano y manejé mi Nissan Sentra alrededor de 65 kilómetros hasta la ciudad de Santa Ana, arribé al Centro Penal cuando los primeros rayos de sol se filtraban y comenzaban a calentar el día. El primer panorama fue un grupo de familiares que esperaban noticias de sus parientes presos atrás de una barricada metálica, los guardias penitenciarios armados les impedían el acceso, hice mis primeras fotos y observé como una delegación de la Procuraduría de Derechos Humanos se hacía presente al lugar para constatar la situación. Los reos entre sus demandas habían solicitado su presencia para verificar las condiciones de hacinamiento en las que se encontraban, la mala calidad de la alimentación y la lentitud en que avanzaban sus procesos judiciales, factores que habían motivado el amotinamiento.

Ellos habían amenazado con tomar medidas drásticas para que el gobierno los escuchara, se declararon en huelga de hambre y para demostrar que era en serio se cosieron los labios con hilo, pero la medida más fuerte fue la de jugar una lotería de la muerte, en la cual, de los más de 700 prisioneros, cuatro resultarían ganadores y obtendrían un boleto sin retorno del más allá, hicieron los papelitos y cada uno sorteó su suerte como cuando se juega a la ruleta rusa, a diferencia que esta es con una pistola. Los ganadores fueron aislados en una improvisada capilla ardiente, un cuarto oscuro apenas alumbrado por una pequeña filtración de luz solar, el cuadro no podría ser más tétrico.


Al ver que la delegación iba a ingresar y sin más palabras que el saludo de buenos días, me sumé a la cola con el silencio complaciente de los miembros de chaleco azul con gris, se abrió la primera barricada y caminamos por una explanada hasta el segundo portón de hierro. Un guardia penitenciario se asomó por una pequeña ventana en donde solo se podía apreciar su rostro, observó y después de unos minutos abrió y cedió el paso hasta el siguiente portón, los primeros reos se hicieron notar con sus arengas y gritos, y posteriormente abrieron para que pudiéramos acceder al patio o plaza central del reclusorio. Los líderes del motín se apersonaron de inmediato para contener a la multitud y para exponer sus demandas, nos pidieron identificaciones y después de conocer los detalles de la lotería de la muerte, nos guiaron por unos pasillos que en verdad no sabías hacia dónde conducían o cuál podría ser el final, sin embargo, pronto estábamos en la puerta de un cuarto improvisado como capilla de aislamiento, las siluetas de cuatro hombres apenas iluminados se hicieron visibles en la medida que nuestro diafragma ocular se fue expandiendo hasta la abertura máxima similar a un F1.4, ahí estaban, vestidos con playeras, uno con la figura del pato Donald y otro con un suéter violeta con figuras de cachorros, los dos restantes vestían uno de morado y otro con camisa sport estampada con color verde, sus capuchas improvisadas no siempre coincidían con los agujeros hechos para que pudieran respirar y ver, a pesar de conocer su sentencia voluntaria mostraron calma, ellos habían sido los ganadores de aquel sorteo macabro que los llevaría al sacrificio por las demandas de todos sus compañeros. Parecían jóvenes aunque nunca vimos sus rostros.


Nos dijeron que los sacarían a mostrar en la plaza para que el resto los viera y fue así como empezaron a desfilar por aquellos pasillos oscuros, escoltados por otros amotinados, cruzando un comedor improvisado en donde algunos reos aún tomaban el café de la mañana, me hizo recordar que yo no había tomado el mío, pero en ese momento el estrés que se percibía en el ambiente y los ánimos caldeados de algunos prisioneros no dejaban mucho espacio para pensar en el olor tan agradable que emana de una taza de café caliente. Cada vez que podía hacía un disparo con mi cámara FM2, pero el motor de la misma, ese famoso MB12 que tantos golpes soportaba sin romperse, era tan estruendoso que era imposible no poner nervioso a más de uno, así que las fotos las hacía muy discretamente e intentando no llamar mucho la atención. Los jóvenes fueron presentados, y en medio de consignas y vítores de los demás presos fueron prácticamente sentenciados a morir en diferentes periodos de tiempo a manera de ir presionando al gobierno.


Tomé las fotos que pude en medio de aquella odisea que comenzó al dar el primer paso siguiendo a los delegados, el tiempo dentro se hacía eterno y los ánimos cada vez subían de tono, no había guardias penitenciarios, pues ellos eran quienes controlaban todo el interior, nos mostraron la insalubridad del lugar y a los compañeros que estaban con los labios cosidos, era impresionante la imagen, yacían acostados al pie del altar mayor de una réplica de la catedral de Nuestra Señora de Santa Ana, patrona de la ciudad. Yo recuerdo no haber hablado mucho, hice algunas preguntas básicas para elaborar la leyenda de mis fotografías y mientras nos dirigíamos hacia el interior de la prisión, no hablé nunca, aparte de que era el último de la fila, si en algún momento me detenían, nadie iba a hacer o decir nada en mi favor.

Las fotos eran exclusivas, ningún medio había logrado entrar a ese lugar que llevaba varios días en crisis y que se perfilaba a un final trágico, no creo haber tomado más de 24 o 36 fotos, porque recuerden que no habían nada de tarjetitas, eran rollos de película y habría que pensar en salir a revelar al laboratorio de la oficina en San Salvador, tampoco se podría saber si las fotos estaban bien expuestas o en foco porque no existían las cámaras digitales, la edición para ese entonces debía ser muy estricta; en primer lugar,  por la exigente calidad que siempre demandan los editores de la Agence France-Presse, en este caso, en Washington, así como por el alto costo de una llamada internacional para transmitir las fotos. La jornada que comenzó con la idea de unas fotos de los familiares esperando por noticias del interior del Centro Penal de Santa Ana, la segunda ciudad más importante de El Salvador y muy conocida por sus cultivos de café, se transformó en una cobertura exclusiva con fotos impresionantes de cuatro jóvenes que jugaron sus vidas en la lotería de la muerte y que afortunadamente no lo concretaron. Nunca supe sus nombres pero cómo me gustaría fotografiarlos ahora sin la capucha. 

¡La foto estaba! Los cuatro jóvenes encapuchados ganadores del premio mayor de una lotería de la muerte habían quedado plasmados en la película. Creo que hoy en día esa historia hubiera valido el envío de 25 o más fotos, en ese momento habré transmitido al menos cuatro fotos.

 

El fotoperiodismo se aprende en las escuelas o universidades y se ejerce en las calles, en donde te sorprende la noticia, en el momento en que decidís si el paso es hacia adelante o hacia atrás, ese instante en que ves la imagen a través del visor y que si lo pensaste y no disparaste, no tienes la foto.

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