La guerra silenciosa
April 2, 2020Me despierto temprano y eso para mí significa las 0500, esta vez porque debo llevar a mi hija Arlen a la universidad, estudia periodismo y una de las cosas que he tratado de inculcar en ella son los principios a los que me apego cuando ejerzo la misma profesión: la responsabilidad, la disciplina y la organización para cualquier tipo de evento, situación o hasta en la vida diaria. El tráfico sobre la avenida Jerusalén es siempre muy difícil, a vuelta de rueda, son miles de vehículos que mueven a apresurados conductores que se atropellan por un espacio para adelantar y llegar a tiempo a sus empleos.
Aquellos días de principio de marzo ya predecían lo que vendría, yo me había encargado de preparar mis maletas con comida no perecedera principalmente, y por supuesto unas pupusas para aquellos desayunos o cenas en las cuales llegas cansado de trabajar y no te dan ganas de preparar nada en la cocina sino poner esas delicias en el horno y esperar unos minutos. Mi puesto de trabajo está en Caracas, Venezuela, pero estar pasando unos días de descanso en El Salvador hizo que esta amenaza me tomara sorpresivamente acá con mi familia. La duda quedó disipada el día 14 de marzo cuando la aerolínea me envió el email esperado, “su vuelo entre Panamá y Caracas ha sido suspendido” decía.
Todo parecía muy distante cuando en diciembre se habló de un virus transmitido a los humanos por un murciélago que algún ciudadano en la ciudad de Wuhan cocinó mal, como era de esperarse, los “memes” que son hoy en día los primeros en circular en redes sociales causaron risas a millones, el humor negro de nosotros los latinos es inyectado en cada chiste para causar reacciones en cadena. Antes de eso, los memes eran sobre la posibilidad del estallido de una tercera guerra mundial que iniciarían Estados Unidos e Irán, sin embargo, poco a poco esta idea ha sido desplazada por la amenaza del exterminio de aproximadamente el 10% de la población mundial, el enemigo no es Godzilla, una invasión extraterrestre ni los Transformers y mucho menos los zombis como cientos de películas hollywoodenses lo han difundido.
Se trata de una partícula microscópica, una especie de globo redondo cubierto por pequeñas “antenitas” con una clase de ventosa como las que tiene el ogro del pantano, Shrek, quien hizo reír a muchos en todo el mundo, esta vez las sonrisas se han convertido en lágrimas, en impotencia, en aflicción y en dolor, miles de personas han perdido la batalla contra el nuevo Coronavirus (COVID-19) y amenaza con derrumbar las economías en todo el planeta, las calles están desiertas como lo hemos visto en las películas, la gente resguardada en sus viviendas, las sirenas de las ambulancias son el único sonido que en muchas ciudades se escucha y en otras, una soledad nunca vista, estas son las postales que los fotógrafos ahora tomamos, aquella idea de que el elemento viviente debe estar dentro del cuadro de 35mm quedó atrás, las imágenes de hoy son la soledad y el abandono de comercios, fábricas, oficinas gubernamentales y en algunos casos las imágenes de los equipos que luchan incansablemente por sanitizar, “esa palabra no existe” me dijo una editora, cuando la utilicé en una leyenda para describir el trabajo de hombres con trajes blancos, caretas transparentes que cubren sus ojos, y una máscara o respirador que ayuda a filtrar y contener el virus, armados con una bomba rociadora de varios litros con una mezcla de agua y cloro o detergentes, se encargan de limpiar paredes y calles en los barrios pobres en donde la gente no cuenta con la capacidad económica de comprar desinfectantes para combatirlo. Esta vez los ejércitos no salen a las calles con M-16 (estadounidense) o el poderoso AK-47 (ruso) ni apuntan sus destructores misiles a ciudades, no hay movilizaciones de buques de guerra ni aparecen los Vengadores para defendernos, no se trata de un enemigo visible a simple vista sino de un virus que entra a tu cuerpo a través de la boca, ojos o nariz y te ahoga, te quita la respiración, te golpea la cabeza, te hace perder peso y no como todos quisiéramos, sino a través de problemas estomacales, y finalmente cuando ha minado tus defensas te noquea y te manda a la lona con un golpe fulminante, en donde el doctor te cuenta hasta diez sin que tengas la posibilidad de levantarte. Si la luz existe, cuando llegan a diez ya cruzaste el túnel y un nuevo número se agrega a la larga lista de víctimas.
He recorrido durante los últimos días las mismas calles que me ha costado hora y media o más recorrer cuando llevo a Arlen a su universidad, ahora en diez o hasta cinco minutos, siendo la ciudad de San Salvador muy pequeña, hay una gran facilidad de moverse, sin embargo, lo que la hace pesada es el gigantesco parque vehicular, he visto el sol ocultarse desde el Boulevard Monseñor Romero sin que esté invadido por automotores, organizo mi recorrido de acuerdo a lo que quiero tomar y siempre me ha resultado fácil la movilidad y hasta la seguridad en las calles ahora que hay tantos policías y soldados del ejército haciendo cumplir las medidas preventivas decretadas por el gobierno. Las cosas no son tan fáciles, cuando he cubierto guerras siempre he planificado cómo moverme y con quiénes, sé donde hay peligro y he aprendido a olfatear el riesgo, en los huracanes y otros desastres naturales siempre busco una manera segura de hacer las fotos, proteger la cámara de la lluvia; y en las crisis políticas y sociales llevar un casco, una máscara antigás y a veces un chaleco antibalas te da cierta seguridad, se trabaja en grupos, algunas veces con otros colegas, nadie piensa en la competencia sino en la manera más segura para que no nos pase nada y en el peor de los casos que haya otros para que puedan sacarte herido (con suerte) o que puedan llamar a alguien para que lo haga. En esta guerra, el arma más eficaz es el distanciamiento social, quedarte en casa, no tener contacto con nadie y mucho menos acercarse físicamente, los abrazos y los besos están prohibidos, esos abrazos solidarios que tanto bien hacen cuando saludas a un amigo o amiga después de tanto tiempo o después de una situación difícil, ese compartir las experiencias del día cuando termina la jornada.
En mis años de carrera como fotoperiodista, he cubierto tantos eventos en todas las ramas alrededor del mundo, me cayó encima la selección croata cuando celebraban su segundo gol durante su triunfo en el partido de semifinales contra Inglaterra en el estadio Luzhniki de Moscú, Rusia, durante el pasado mundial en 2018, nunca dejé de disparar la cámara y a pesar de tener a los jugadores derribándome logré encuadrar y hacer unas imágenes que se volvieron virales y que fueron calificadas como “las fotos del mundial” por miles. Fue una anécdota sin precedentes que además me llevó a conocer y hacer grandes amigos en ese maravilloso país. En Belem, en 2002, un tanque Merkava israelita apuntó su canon de 105mm hacia mí mientras las tropas me escaneaban, los guardaespaldas de la famosa modelo brasileña Gisele Bündchen y el astro del fútbol americano Tom Brady intentaron matarme, balaceando mi carro por negarme a entregar una tarjeta de memoria con unas fotos que había tomado en el país más pacífico y seguro de Centro América, Costa Rica, en todos los casos he visto a las personas apuntándome o amenazándome y he tenido la capacidad de responder a cada una, sin embargo, esta vez el que amenaza es invisible, me muevo entre algunas personas y me cuido de que no me toquen o siquiera rocen, si me dirigen la palabra me retiro a una distancia prudencial, aún cuando ellos busquen el acercamiento, acostumbrado a tomar fotos con un lente 35mm, 50mm o un zoom 70-200mm es ahora el momento de los grandes lentes, esos que solo uso cuando voy a eventos deportivos y que la gente se asusta al ver.
Ser fotoperiodista es una de las mejores profesiones del mundo, te permite estar cerca de la acción y estar siempre en primera línea, es una oportunidad que todos esperamos, la capacidad de reacción es la que nos diferencia, ese momento tan especial en que haces click o ¡¡¡ratatata!!! Cuando disparas una secuencia en el momento más oportuno y la felicidad de ver la imagen en la pequeña pantalla de la cámara y pensar: “¡¡¡la tengo!!!”. Ahora nos estamos enfrentando a una pandemia que nos limita las imágenes fuertes y quizá estamos agradecidos por no estar por primera vez tan cerca del dolor, dolor de las víctimas y dolor de las familias, algo a lo que siempre estamos expuestos. Levantar una muralla de acero para contener las emociones y poder hacer nuestro trabajo, después editarlo y grabarnos esos tristes recuerdos en nuestra mente y nuestro corazón.
Sin haber disparado un tiro la humanidad ya lleva más de 47 mil bajas en todo el mundo, las grandes potencias han sido las más afectadas; en Europa, Asia y Norteamérica, los afectados se cuentan por millares y las cifras de recuperados siguen siendo muy bajas en relación con los contagiados, no existe por el momento una vacuna o un medicamento que sea un antídoto para destruir al enemigo silencioso que poco a poco va invadiendo nuevos cuerpos. Las ciudades fantasmas se hacen cada vez más comunes y las ventanas o terrazas de viviendas es el único espacio al aire libre donde puede verse a especímenes humanos intentando sobrellevar los días de encierro: tocando guitarra, cantando, ejercitándose y simplemente viendo hacia el futuro, un futuro que sin duda será apocalíptico.
No importa que profesión ejerza cada quien, los sobrevivientes tendrán un gran reto porque el cambio de era, ha cambiado el mundo. 2020 ha iniciado con una cuenta que nadie esperaba: toda la presión sobre el planeta, el mal manejo de sus recursos y la no conservación de los mismos están pasando la factura. Los periodistas tenemos un gran reto y es el de documentar un hecho que por generaciones no habíamos vivido, algo inusual, retratar al enemigo invisible. Llegó el momento en que un cubreboca con clasificación N95 es más valioso que un AR-15, una mascarilla de media cara o un traje buzo son una joya, de igual manera los protectores de ojos equivalen al equipo más sofisticado para ir a la guerra, una guerra que por el momento no tiene vencedor.