El Valle de la Muerte
October 13, 2022La noticia comenzó a expandirse en las redes sociales con imágenes asombrosas de video captadas por residentes y sobrevivientes difundidas minutos antes de que todo quedara en tinieblas y sin comunicación. Las personas grabaron desde los techos, colinas aledañas, puentes, cualquier punto alto que les permitiera ponerse a salvo. El estruendo de la quebrada Los Patos arrasando con árboles, rocas, casas y todo lo que encontró a su paso era aterrador, según cuentan eran alrededor de las seis y media de la tarde cuando la lluvia arreció y causó la crecida de la quebrada.
La luz del amanecer permitió ver el desastre en su magnitud: centenares de casas, comercios, industrias e infraestructuras habían sucumbido al poder de la naturaleza. Una correntada que descendió del punto más alto en el pueblo de Las Tejerías se llevó el sueño de decenas de niñas y niños, los pensamientos futuristas de muchos jóvenes y la vida de adultos que con su último suspiro pretendieron poner a salvo a los suyos.
Los sobrevivientes descienden de las alturas y con palas, piochas, rastrillos y hasta con sus propias manos comienzan las primeras labores de rescate entre toneladas de lodo y piedras. “Fue una especie de avalancha”, expresan los sobrevivientes. En la correntada se podía ver camiones, vehículos, árboles de gran tamaño y escombros de viviendas que ahogaron los gritos de auxilio de algunas personas.
El panorama es dramático, el ir y venir de caravanas de camiones con socorristas hacen ver que la situación es grave, se inicia la búsqueda de posibles sobrevivientes atrapados entre los escombros o víctimas fatales de la avalancha, los primeros cuerpos se rescatan y son llevados al ambulatorio local que en principio sirve de morgue improvisada para el reconocimiento legal.
Los equipos de rescate con la unidad canina se vuelven protagonistas de la escena, ya que los primeros minutos siempre cuentan y son vitales, poco a poco los caninos, entre los que se destacan dos pastores belgas del Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (SENAMECF), llamados Necro y Hades, ambos con cuerpos espigados, trompa negra, pelaje café rojizo, con actitud nerviosa y gran coraje se encuentran listos para introducirse entre los escombros y “marcar” puntos donde se han detectado cuerpos humanos. Tras el trabajo de Hades y Necro una marca roja con el código E1 es dejado en el lugar para que rescatistas inicien las excavaciones.
En las afueras del puesto médico centenares de personas comienzan a agruparse: unos con cara de preocupación, otros con lágrimas en los ojos y muchos alzando plegarias con la esperanza de tener noticias satisfactorias acerca del paradero de sus seres queridos. Las horas se hacen eternas.
El nivel de la quebrada Los Patos llegó a sobrepasar los diez metros de altura con lo que se convirtió en una avalancha que a su paso se llevó todo lo que encontró hasta el río Tuy, el principal del estado Miranda en Venezuela con una longitud de 239 kilómetros y cuyo destino es el Mar Caribe. Ahí mismo recorriendo ese caudal, un equipo de rescatistas conformado por bomberos y especialistas en descenso y rescate acudió al llamado de unos vecinos que anunciaban la presencia de cadáveres. El fuerte hedor y la presencia de moscas son siempre anuncios de malos augurios, rápidamente el equipo armado con piochas, palas, cuerdas y una canasta de rescate inicia su trabajo para desenterrar el primer cuerpo, su mano derecha con el puño semicerrado sobresalía entre los escombros, se trataba de un masculino que rápidamente los equipos por su experiencia describen como un hombre de unos 50 años, mientras esto sucede a pocos metros otro punto de hedor y moscas delata la presencia de otro cadáver, esta vez se trata de una mujer joven de unos 30 años según los expertos.
Entonces parece que estamos en el Valle de la Muerte en un radio de 90 metros cuadrados, se alerta de tres posibles víctimas de los cuales dos son positivos, en ese punto el río dibuja una curva en forma de “S” y prácticamente se formó un tapón arrasando con los cultivos de plátano y caña en el cual se nota la presencia de cualquier cantidad de pertenencias de vivos y muertos: paquetes de harina pan sin abrir (la masa básica para hacer arepas) arrancados de las cocinas, medicinas, ropas, implementos de baño, lociones y cremas para el cuerpo, un gran número de sandalias y zapatos de niñas, niños y adultos, así como dinero en efectivo, partes de vehículos, un paquete con pequeños tubos de ensayo con muestras de laboratorio. Incluso, posiblemente pruebas para detectar el virus de la Covid-19 también conforman aquel panorama desolador, ahora bañado por un candente sol que hace el trabajo más agotador para los rescatistas que buscan llevar el consuelo a familiares de esas víctimas que aún figuran como “desaparecidos” pero cuyas esperanzas de encontrarlos vivos también fallecen.
Para rescatar a esas víctimas hay que cruzar el caudal del río, así que los equipos toman sus precauciones y lanzan cuerdas de seguridad mientras seis miembros de la Cruz Roja, bomberos de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la estatal compañía de petróleo (PDVSA) así como Protección Civil se lanzan al río cargando una camilla (cesta de rescate) con uno de los dos cadáveres encontrados durante esa jornada, batallan contra la corriente pero no cesan de insistir en hacerlo una y otra vez, cuantas veces sean necesarias, regresarán más tarde o mañana a ese valle regado de muerte y dolor en donde el agua no sirvió esta vez para abonar cultivos y sembradíos sino para sembrar terror y muerte. Por ahora las cifras oficiales sobrepasan la cuarentena de víctimas mortales y más de 50 personas siguen en condición de desaparecidos.
El equipo de rescatistas está conformado por jóvenes y adultos expertos. Todos ataviados con cuerdas, chalecos, arneses, ganchos de seguridad y cascos. Cada uno carga una escarapela con su tipo de sangre y apellido. El responsable médico del grupo, complementa con un oxímetro que mide la presión arterial, la oxigenación y el pulso además de otros implementos de primeros auxilios. Por otro lado, los bomberos cargan sus piochas y hachas, y cada uno hace uso de su casco de seguridad.